Interior. Restaurante. Ruido ambiente francamente molesto.
Conversación jugosa entre interioristas de colmillo retorcido y años de
carretera. Mi jamón de Jabugo y yo, de espectadores privilegiados:
‒Pero bueno… ¿nadie ha pensado en la acústica cuando ha
proyectado este local?
‒Los clientes de restauración sólo reparan en el precio
final del presupuesto. Lo de la acústica es un gasto superfluo.
‒Casi prefiero dedicarme a proyectar casas. Aunque tiene sus
inconvenientes.
‒Hay que echarle mucha paciencia…Y luego, siempre te acaban
estropeando el proyecto.
‒Cuando la señora de la casa me pide que le acompañe a
escoger los detalles, me pongo a temblar.
‒¡Ja! Total, luego siempre hacen lo que quieren. No se dejan
aconsejar.
‒En definitiva, tienen que vivir ellos ahí dentro.
‒Sí. Pero si nos piden un proyecto actual y moderno y nos
vienen con revistas para mostrarnos sus aspiraciones, ¿por qué cuelgan luego
aperos de labranza en la pared? O lámparas de cristal de strass, o tapetitos de
encaje sobre la cómoda… porque sobre la tele de plasma ya no se pueden poner.
‒Porque aún no han hecho la digestión de la modernidad. Les
gusta pero les da miedo. Los ecos de la pobreza aún retumban en sus oídos y por
eso les gusta acumular.
‒Sí. Y las cosas brillantes. En este país no se entiende una
casa si no está llena de cachivaches brillantes, tejidos brillantes,
superficies brillantes. Qué manía con el brillo.
Lava, de Karim Rashid para Vondom
‒Y mucha luz. Luz que lo bañe todo, como en un quirófano.
Luz indirecta brutal que no deje resquicio de sombra en ningún rincón.
‒Supongo que el matiz y la sombra son conquistas culturales.
Y en este país la cultura de la casa se ha perdido.
‒En las ciudades se ha perdido completamente. Pero si vas a
los pueblos entiendes lo rica que es la cultura de la casa tradicional: los
patios interiores, las fuentes, los aguamaniles…
‒Las persianas protegiendo la entrada, las casas bien
ventiladas, las fachadas encaladas que protegen del calor, las ventanucas…
‒Y en los interiores encuentras piezas de artesanía de
verdad.
‒Bueno, cada vez menos.
‒Prefiero una de esas casas de pueblo que rezuma
autenticidad a un apartamento en Madrid que pretenda ser moderno y esté lleno
de objetos de colorines, sillas en forma de ameba y falsas pieles de cebra.
‒La modernidad para epatar al amiguete.
‒Conozco un diseñador de muebles pseudo modernos que todas
sus piezas acaban así…
Abre y cierra las manos las manos como si estuviera amasando
los cuernos de un pastel o la punta de un merengue y todos nos reímos
imaginando a qué tipo de formas se refiere. Cuanta sabiduría en tan poco espacio.